¿El primer personaje debería ser Chen porque lo encontramos una noche en Shangay hacia 1928, frente al hombre dormido a quien dará muerte, dudando de sí y su justiciero acto en minutos que parecen horas y lo enfrentan a la condición humana? ¿O esos hombres, mujeres, niñas y niños cuya observación permitirá durante los años mil doscientos a Saraf al-Din escribir el libro que se convertirá en un clásico persa? ¿O Vida y destino, monumental obra de Vasilli Grossman, donde no aparece, y bien podría, Iván, el niño real recreado por una película también soviética? ¿O vuelvo a los tiempos de Jacobo Fugger en una ciudad alemana, cuando a Colón le falta nada para su milagroso desatino? ¿O décadas después, encontrando a Pedro de Alvarado y el Chilam Balam con que una dinastía maya entre reconstruye y reinventa su historia como parte del gran fenómeno mesoamericano hasta nuestros días? ¿O India milenaria, obsesión para mi abuelo y nuestra Corte de Medianoche, que topan a Sheilla animándola a viajar entre ejércitos y apetitos masculinos cualquiera, evitando ser vejada solo si por suerte alcanza las islas donde todavía a principios del siglo XX sobreviven sociedades tribales, como corrobora el joven estadounidense que deja atrás hasta siempre su país natal?
Me comisioné para guiarnos sin poder deshacerme del día a día que es mi tesoro, fallo necesariamente ¿y aun así vale la pena el esfuerzo? ¿Importan ellas y ellos o yo? ¿No formamos un real, azaroso, pequeño ente colectivo sabedor de sus extraordinarios límites y así respetuoso con quienes a ratos busca para pedirles ayuda: Maimónides, Kālidāsa... o, sin más, Miguel Ángel Asturias, Saramago, Philip Roth, etcétera?
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