No hace falta confesar mi ignorancia político-ideológica. Está a la vista.
Fui formándome como dieron a entender los tiempos desde una vaga conciencia socialista que el diverso movimiento popular mexicano guiaba caprichosamente.
Me apropié un gurú campesinista cuyas palabras podía escuchar de vez en cuando y no influía mi práctica pues yo era urbano por naturaleza.
Así las utopías del mundo rural y sus cinco siglos se volvieron un trasfondo más bien romántico, sobre el cual tejía esto y aquello que dictaban las consecutivas modernidades.
Por largo rato me sentí un populista ruso trasnochado aviniéndose a dictados marxistas, poniendo altares al anarcosindicalismo, al espíritu del Che Guevara y las comunidades eclesiales de base. Luego parecía regirme el pensamiento de Mao Tse Tung interpretado al livitum y si buscaba a los personajes realmente afines aparecían Ho Chi Ming y Paulo Freire.
Sí, santo desmadre mental, que pasaba por alto cuando la cotidianidad demandaba acciones casi por regla dictadas por las organizaciones sociales a mano. Solo un momentito tuve ideas propias para compartir con los demás y fracasaron.
Últimamente eso que llamo decolonización me hace ojitos, y no por Enrique Dussell, de quien apenas ayer supe se da por factuotum filosófico en universidades nacionales -rivaliza allí con Hegel, dicen.
Este entrevistado suena bien y a ratos no entiendo a qué se refiere: