Hay historiadores y viajeros por la historia. Soy uno de estos. Creo que tiene su función.
Vayamos a un inicio distinto a los planeados: las columnas de Hércules o Melkart, si quieren, en 1325. Más bien, a un centenar de kilómetros al oriente de ellas, pues nuestro guía, Ibn Battuta, abandonó hace días la ciudad erigida frente a aquél brutal encuentro del Mediterráneo y el Atlántico, en la cual nació: Tánger, desde cuya costa aledaña puede distinguirse Europa.
Empezaría así a cubrir tres veces la distancia que hará famoso a Marco Polo, el paisano de Cristóbal Colón cuyo diario de viajes alimentará el descomunal apetito en quienes dirigirán la conquista del Nuevo Mundo.
pertenece a la Aquitania francesa, en la frontera con la España vasca. Nada más sé de ella y es una pena pues la región tiene una riquísima, enigmática historia, como cualquiera, dirán ustedes, y supera la norma, según creo. Hay muchas cosas allí que servirían a nuestros intereses y debo pasar de largo.
Montaigne crea un nuevo género literario: el ensayo. Así, Ensayos, se llama la obra que escribe cuando queremos dar con él. Uno de los trabajos que van allí contempla asombrado la expansión ultramarina europea, que en esta primera etapa se concentra en la no hace mucho conocida como América, que también llaman Indias Occidentales en memoria y continuación de los delirios de Cristobal Colón y quienes lo apadrinaron. Imaginación sin control, ésta, que nace con Marco Polo.
Don Miguel, el francés, dice entonces unas líneas soberbias: “Nuestros ojos son más grandes que nuestros estómagos, y nuestra curiosidad mayor que nuestra capacidad de entender; creemos asirlo todo y apretamos sólo viento”.
Para él eso hacen sus congéneres en el cuarto continente que conquistan a una velocidad de vértigo. Y el vértigo, creo, es la explicación del fenómeno perseguido aquí desde la caravana berebere. Bueno, una de las explicaciones. La otra relaciona íntimamente las palabras de Montaigne con una frase de Carlos Marx: "Todo lo sólido se desvanece en el aire".
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Imposible imaginar el mundo en sus ojos y su cabeza. La religión no se resume, como lo hará después, a ceremonias con las cuales se cree comprar un lugar en el cielo, exorcizar ideas de nuestros enemigos ciertos o inventados, o conseguir trabajo y amor.
Con sólida formación filosófica, eso le permite ser el más grande historiador y geógrafo de los últimos siglos, en cuanto confín se busque. Porque aquella sociedad que hoy lo expulsa fue, junto a otra región islámica de siglos anteriores, la más espléndida desde el mundo antiguo, quitando posiblemente a China, gracias, entre otras cosas, a su tolerancia religiosa, que todavía hoy permite convivir a musulmanes, judíos y cristianos.
Después y con una estúpida soberbia reirán de estos conocimientos mientras los reciclan, según veremos.
Sin saberlo o confesarlo al menos, constata las divisiones de las cuales hablará Jaldún. Aprende también hábitos de sus guías y vigilantes y algo intuye del mundo dentro de ellos. Y con una y otra cosa se acostumbra a los pequeños cambios, preparándose para los de mayores dimensiones. Aun así, no pocas veces adelante será presa de un asombro que enfebrece la mente y le da material con qué fantasear en el diario.
Supongamos ahora que corre la aventura sobre una nave por el Mediterráneo. Desde luego, lo que mal o bien percibe en la caravana no existiría y en consecuencia no habría mediación entre Tánger y Alejandría, digamos, el puerto con el cual comienza el encanto del diario. Sin tránsito pasaría de una ciudad donde el esplendor del Islam occidental cubre el sólido sedimento fenicio y cartaginés, a un adelanto del Medio Oriente puro.
Compelería entonces el tiempo en términos de un mar lento y usando galeras cuyo uso es muy antiguo y resultan poco ágiles: pesadas y a remos suplidos por velas solo durante ciertos momentos, pues los vientos no tienen la fuerza necesaria para más. ¿Podría aventurarse en las naos de puro velamen que empiezan a construirse entonces gracias a conocimientos escandinavos? Raramente e incluso así su velocidad sería mayor en términos relativos, sin comparación con las que cien años después Portugal emplearía para bordear el Atlántico: las carabelas
¿Debe responsabilizarse a ellas por las notables velocidades comparativas con que Colón retará el océano? Apenas en parte, porque lo decisivo vendrá de éste mismo, gracias a aires y corrientes cuya violencia debe temerse.
Grandes historiadores afirman sin dudas: con la conquista de América se produce la mayor mutación jamás habido en el tiempo y el espacio humanos, no comparable siquiera con los viajes al espacio. Tras ella, otro impulso no menos arrebatado: un sin igual apetito por riquezas.
Las palabras de Montaigne se originan allí y siglos más tarde enlazarán con las de Marx.