viernes, 17 de septiembre de 2021

Con ese monólogo basta

Va primero el monólogo más célebre de cuando menos el mundo occidental. No se lee, creo, y es una pena porque como siempre Shakespeare habla para todos:  

"Ser, o no ser, ésa es la cuestión.
¿Cuál es más digna acción del ánimo,
sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta,
u oponer los brazos a este torrente de calamidades,
y darlas fin con atrevida resistencia?
Morir es dormir. ¿No más?
¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron
y los dolores sin número,
patrimonio de nuestra débil naturaleza...?
Este es un término que deberíamos solicitar con ansia.
Morir es dormir... y tal vez soñar.
Sí, y ved aquí el grande obstáculo,
porque el considerar que sueños
podrán ocurrir en el silencio del sepulcro,
cuando hayamos abandonado este despojo mortal,
es razón harto poderosa para detenernos.
Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga.
¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales,
la insolencia de los empleados,
las tropelías que recibe pacífico
el mérito de los hombres más indignos,
las angustias de un mal pagado amor,
las injurias y quebrantos de la edad,
la violencia de los tiranos,
el desprecio de los soberbios?
Cuando el que esto sufre,
pudiera procurar su quietud con sólo un puñal.
¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando,
gimiendo bajo el peso de una vida molesta
si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte
(aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna)
nos embaraza en dudas
y nos hace sufrir los males que nos cercan;
antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento?
Esta previsión nos hace a todos cobardes,
así la natural tintura del valor se debilita
con los barnices pálidos de la prudencia,
las empresas de mayor importancia
por esta sola consideración mudan camino,
no se ejecutan y se reducen a designios vanos.
Pero... ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña,
espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones."

Lo tomé de la que se reconoce como primer gran traducción al español, hecha durante el siglo XVIII bien avanzado. 

Hamlet adjura de su sociedad en términos capaces de conmover al público inglés contemporáneo, formado por todos los sectores.

Cada tanto repito la primera línea que, exagerando un poco, no hay quien no diga alguna vez acomodándola al antojo. Lo hago con un mismo, preciso sentido, y suelo ilustrarlo usando otro monólogo, éste de Teresa Panza: 

"«Cascajo» se llamó mi padre; y a mí, por ser vuestra mujer, me llaman «Teresa Panza» (que a buena razón me habían de llamar «Teresa Cascajo», pero allá van reyes do quieren leyes), y con este nombre me contento, sin que me le pongan un don encima que pese tanto, que no le pueda llevar..."

Luego en largos párrafos nuestra mujer del pueblo fiel a su destino subraya las virtudes traducidas pobremente por mí: Pertenezco al linaje del hombre y la mujer pequeños, que así son y así se conciben, uno y una y otra tras otra, eslabones de la cadena que sostiene al mundo desde el primer día, rota si alguno falla.

Crecí creyendo en dos ejemplos a seguir: mi abuelo y sus iguales, nacidos como una clase inédita, cuyo destino era por fuerza colectivo, y las comunidades históricas mexicanas, posibles gracias a tierras detentadas también colectivamente. La competencia y eso llamado cultura del esfuerzo, eran el revés que conspiraba contra ello. 

¿Cómo hacer para que no insuflara al universo, convirtiéndome en individuo al estilo "canto a mí mismo" de Walt Whitman, según ordenaban las clases medias entre quienes crecí?

Nunca supe y no me quedó sino el ser o no ser cotidiano destinado al desastre.       

         

 

 El once ideal

Este Un largo viaje quiere ser ahora cuaderno y no más blog donde apuntar. Si lo consigue -como si necesitara gran cosa para lograrlo, jeje...