No tengo tiempo ni recursos para examinar lo que además quizá es ya una verdad a gritos.
Hasta 1992 los estudiosos estaban seguros, puedo probarlo: la modernidad no tenía relación con el descubrimiento de América para Europa Occidental y hasta quienes se adelantaron en tesis sobre este y aquel tema vinculado tal vez leían al revés.
Cierto, en dos siglos y medio o tres la cristiandad latina hizo avances prodigiosos sobre múltiples materias: agricultura, comercio y banca, adquisición del conocimiento que produjo el clacisismo greco-latino e iraní y la tecnología china; centros educativos, urbanismo, ciencias y artes.
Tomemos un año como referencia: 1507, cuando se publica la Universalis Cosmographia, planisferio de Martin Waldseemüller en que por primera vez aparece el Nuevo Continente, al cual bautiza como América y no Colombia o algo así, según debería esperarse si el florentino Vespucio, recién naturalizado castellano, solo fuera un navegante con dos viajes tras los rastros del genovés don Cristobal, y quizás no sobre todo comerciante, aunque reconozcamos, también se le daba la cosmografía y por ello publicó las dos obras que animaron al geógrafo alemán.
Alemán, como Jacobo Fugger, al cual llaman el hombre más rico de la tierra hasta los años dos mil -bueno, en 2021 posiblemente lo superan los grandes beneficiarios del Covid-19-. Vive en Augsburgo, ciudad que cobija a su vez a los hermanos Wesler, banqueros con minas argentíferas y tratos de textiles holandeses, lanas inglesas y productos orientales, como muchos aquí y allá.
Volvamos atrás. ¿No podría esperarse que las innovaciones cartográficas fueran de castellanos, quienes gozaban la exclusividad papal del océano al Oeste, surcado por el Almirante, cuya reina defendía con celo un sentido identitario sin contagios islámicos y judíos? Por algo nuestra dama casó con Felipe, el titular de Aragón, Primogénito de Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico que se les sumaria con su primer varón, Carlos I de España y V de Alemania.
-Hagamos una sabía división del trabajo -debieron decirse la pareja y el Vaticano. -Unos conquistan y otros manejan los metales preciosos y cuanto recurso natural se expolie, y la sabiduría.
Si esos previos doscientos cincuenta o trescientos años trajeron en cascada riquezas e ingenios, lo que empezó a suceder fue pasmoso. Basta enlistar unas cuantas cosas: el reloj (1505), las primeras descripciones anatómicas precisas (1546), el microscopio (1590), y con ellos Paracelso, Kepler, Galileo... El Renacimiento, pues, que no será nombrado así sino cuando madure el discurso sobre la superioridad europea y los fermentos del capitalismo anuncien un avance colonizador imparable.
Entretanto España camina hacia la bancarrota, declarada hacia 1640. ¿Y los fabulosas beneficios obtenidos en sus colonias americanas, si la Nueva España por sí sola aporta durante el primer siglo lo luego invertido durante la Revolución Industrial? ¿Esa que con Inglaterra y Francia avanza hacia el revolucionario Estado nacional, es una tonta dilapidadora? ¿Adónde van a dar realmente las utilidades? Están en las ciudades italianas, alemanas, nederlandesas, que a cambio se retrasan políticamente justo por su pertenencia a los restos del imperio carolíngeo.
¿Paso al correlato? Historiadores aventajados ven a Diego de Velázquez, Ponce de León, Pedro de Alvarado, Orellana -¿también Cortés y Pizarro?- enfebrecidos por las novelas de caballería, y me pregunto sino fue así y también al revés. Éstas nacieron en el Bajo Medioevo como clara continuidad de la literatura que acompaña a los guerreros fundacionales -Roldan, el Cid- y las Órdenes de Caballería. Pero se vuelven una peste cada vez peor escrita.
El Quijote enferma más tarde, ya desechados prácticamente los Amadises. ¿A quien bate tu maravilloso personaje, Cervantes? ¿A la España contemporánea o la Modernidad?
¿Y América? No existe por sí misma ni menos lo hará la negritud saqueada de seres humanos rumbo a ella.
Erasmo sería un personaje perfecto para seguir las historias pararelas, me parece. El reto de investigarlo desdorda mis circunstacias. En su lugar pongo este espléndido resumen biográfico sobre el autor del Elogio de la locura, tal vez la mente más lúcida de su época, que inaugura la modernidad.
Confrontará a Lutero, quien para 1525 -a dieciocho años de publicarse la Universalis Cosmographia- inicia un movimiento de apoyo al matrimonio sacerdotal extendido entre muchas corrientes religiosas que reaccionan contra la profunda decadencia moral del cristianismo romano defendido a ultranza por los Reyes Católicos. Y será quizá el mejor amigo de Santo Tomás Moro, cuya Utopía aparece en 1517 y tiene como escenario tierras americanas.
Demos un rodeo.
Tomándola de los chinos, Europa occidental echa a andar la imprenta cuando hacia 1450, groso modo, y en la Renania-Palatinado, Estado asociado alemán, Gutenberg convence a equis banquero para que establezcan un taller donde se empleen sus tipos móviles de metal. Publican cartas de indulgencia papales y una Biblia. Algo no va bien y ambos por aparte y cuantos los rodearon siguen el camino dando a luz nuevos textos religiosos.
Poco después el Monasterio de Subiaco, Italia, imprime también con apoyo del Vaticano, y tenemos que esperar algunos años un verdadero salto, dado en la históricamente comercial Venecia, cuya vis le hace publicar ciento treinta títulos, casi todos de clásicos griegos y romanos hace dos, tres o más siglos conocidos por el mundo musulmán.
Se amplia la base de clientes, pues, y los libros ofertados. París, Lyon, Rouen, Lovaina, Brujas, Amberes, Westminster y al fin Segovia copian el modelo, que en 1500 termina con la etapa de los incunables.
Para entonces los españoles conocen La Celestina, "tragicomedia" que recoge "la vida prostibularia y rufianesca" y enseguida viven el gran fenómeno con Los cuatro libros de Amadís de Gaula y secuaces, cuyo éxito es casi por entero hispánico.
Curioso, ¿no? A Castilla y Aragón hechas "una" les tienen sin cuidado los avances cartográficos a que dio pie Colón y a cambio solo entre ellas bulle la caballería andante. ¿Será porque a sus ojos se abren ínsulas y tierras firmes de cuento, adonde marchan primero cientos y luego miles de adelantados indianos, cuyos triunfos alborotan internamente
-debo aclarar esto último porque... ya se verá, jeje- Extremadura, Andalucía, Castilla la Nueva? Vaya casualidad, don Alonso Quijano vivirá en La Mancha.El Amadis, escrito por Garci Rodríguez de Montalvo, escala la cima del éxito en ese género, advertimos. Lo logra envileciendo a quienes le precedieron -Curial y Guelf, tomemos por conocido caso en mis cuadernos- y trasladando geográficamente la imaginación.
Un mundo isleño puebla la fantasía en los siglos anteriores de Europa occidental y otras grandes regiones. Está situado al Este, como muestran Las mil y una noches o Viajes de Juan de Mandeville, festejada ficción "inglesa" que en el siglo XIV conduce a Egipto, Palestina y la Ruta de la seda, sin duda merced al efecto producido por Marco Polo y sus relatos.
Si a Mandeville le obsesionan particularmente los riquísimos reinos que Polo descubrió para su cultura, las islas lo atraen también de manera poderosa: "En otra (...) hacia mediodía, viven gentes de feísima y malvada naturaleza, ya que ni ellos ni ellas tienen cabeza, sino la cara en medio del pecho (...) la boca torcida como una herradura (...) con el labio inferior tan enorme que, cuando quieren dormirse al sol, llegan a taparse la cara con sus mismos labios".
Rodríguez de Montalvo elige, en cambio, las islas occidentales, empezando con una de halo Atlántico aunque durante esa primera aventura su padre adoptivo encuentre al futuro Amadis entre la Pequeña Bretaña y Escocia. Para entonces, recordemos, el ancestral Mare Incogitum ha sido retado por Portugal dentro del mismo proceso que llevará a Roma a repartir las "aguas exteriores", quien halla así Las Canarias, islas descubiertas poco antes.
Pero para cuando nuestro autor escribe, 1507-1508 según todo indica, Colón murió, los castellanos ocupan Las Antillas, Vespuccio también visito el Nuevo Continente y se publica la Universalis Cosmographia. Sino tiene idea de los avances cartográficos, sabe tanto como cuántos dedos hay las manos, que aquellos paisanos suyos hacen historia.
Me pierdo la gran cuestión: el mercado, cómo se desarrolla. Los mil cuatrocientos italianos que revolucionaron las artes plásticas y la concepción del cuerpo humano y la naturaleza, fueron posibles gracias a mecenas. Éstos pervivirán hasta el capitalismo pero en términos de libros se conjugan ya con los compradores libres, llamémoslos así. Otro tanto sucede con el teatro, que da celebridad a la propia Celestina, presentada por compañías cuyo modelo viene también de Italia. ¡Carámbolas, menuda democratización en el disfrute artístico-intelectual! ¿Qué la trajo? ¿El mero impulso general del occidente cristiano?
¿No juegan los tesoros y expectativas americanos, desparramados socialmente hasta o más que nada en la cola geográfica de la modernidad, cuya Iglesia va haciéndose el muro mayor contra las reformas religiosas?
Alguien estudió la procedencia de los conquistadores y colonos cada vez más españoles en el Nuevo Mundo. Hay allí un proceder clientelar que los liga de forma muy dispareja a ciudades y comarcas. Casi todos los indianos en Cuba con peso son extremeños y en la Nueva España primera nacieron en Medellín y sus alrededores. ¿Llegan allí derramadas de las riquezas obtenidas por Diego de Velázquez y demás, merced al envío a madres y parientes?
Antes de acercarnos a El lazarrillo de Tormes, que abre camino en 1554 a la novela picaresca cultivada por Cervantes y Quevedo, ojeemos el teatro popularizado por La celestina. Ésta y las obras a continuación, dice un estudioso, "es, en buena medida, una sucesión de tanteos y de ensayos en busca de una fórmula dramática, la cual ciertamente sólo se verá alcanzada con la comedia de Lope de Vega y de su época". Y continúa: "Presentaba una trama perfecta y cerrada, unos personajes profundamente construidos como caracteres, una amplia variedad de situaciones dramáticas y un riquísimo diálogo y lenguaje literario (...) Los dramaturgos quinientistas, que sí conciben sus piezas para que sean montadas sobre las tablas —en la corte de palacio, en el escenario público o en el carro procesional, según los casos—, se verán obligados a acomodar el modelo a esas nuevas necesidades."·
"Yo vi en Salamanca la obra presente/: Movime acabarla por estas razones/ Es la primera, que estoy en vacaciones,/ La otra imitar la persona prudente; / Y es la final, ver la más gente / Vuelta y mezclada en vicios de amor. / Estos amantes les pondrán temor / A fiar de alcahueta, ni falso sirviente" -ahora habla el autor, Fernando de Rojas.
Los grandes protagonista ya no son reyes, princesas, magnos guerreros, embajadores principalísimos, sino pueblo sin más. Si Leonardo, Miguel Ángel, Tiziano, etc., revolucionaron la plástica en el siglo atrás, ahora parece darse un salto a su modo mayor, pues los divinos personajes dejan la escena a una aristocracia más o menos perdularia y, antes que nada, a una ama de llaves y un primo sirviente burlador que persigue a la prima, cualesquiera. El público, además ya no está en palacio sino a ratos, y es más bien deleitada "chusma callejera".
Regresemos al Amadis, El Doncel del Mar, caricaturesco prodigio cuyas andanzas están envueltas en pasajes sin mínima gloria y Coronas de pantomima.
Convertido en Caballero entre un absurdo intríngulis de reinos que, ni más ni menos, hace invasores a los irlandeses brutalmente sometidos por Inglaterra, su primer premio es la encantada Ínsula Firme", situada vaya a saberse hacía cuál punto del Océano trabajado cada vez con mayor ahínco en pos de Las Antillas, justamente bautizadas con ese nombre porque son prolegómenos de la India a la cual se busca todavía, y los litorales centroaméricanos.
El escritor vuelve a la antigua, rica fantasía sobre islas, y hace vencer a su héroe en una que, aprovechando los pobres conocimientos de los lectores, sitúa entre la muy continental Bohemia y
Grecia, donde mata al Endriago, monstruo que entra a los célebres bestiarios venidos del medievo y que debería pertenecer al más allá ignoto -los sabios escarbando las fuentes griegas que les ayuden a comprender el mundo y Rodríguez de Montalvo juguetea sin pudor, jeje.
Hagamos otro alto. Hay una profusa literatura indiana escrita en América o por quienes están en contacto con los adelantados. ¿Cuánto la frecuentan público y literatos "españoles" de la metrópoli? Importa sobre todo, creo, Pedro Martir de Anglería, el primer, culto cronista de Indias designado por Isabel. Se refiere a arpías, tritones, sirenas, los hombres sin cabeza del Amadis y otras fantásticas criaturas cuyo origen es la imaginería medieval y que fecundan al género caballeresco. ¿Mera coincidencia entre ésta y una empresa sin igual en la historia?
Es justamente famoso por su pluma cómo Bernal Díaz describe una ciudad argentífera llamada Tenonchtitlan, que pareciera materializar los delirios del Amadis, publicados cuando Mesoamérica no era ni sospecha.

a determinadas ciudades (Colonia, Lyon, Amberes o Venecia) y, sobre todo, de complejas redes comerciales de libreros que desde Alemania y Francia, principalmente, irán extendiendo sus influencias a lo largo y ancho (...) La
base de este floreciente comercio (...) tiene un
nombre: “el libro internacional”, es decir, aquella publicación en latín que trata sobre
materias universitarias, científicas, religiosas, teológicas, litúrgicas, de derecho (...) las imprentas hispánicas intentaron sobrevivir siguiendo dos estrategias comerciales diferentes: por un lado, la edición de obras vernáculas, en especial en castellano y en catalán; y por otro, la especialización (...) de los centros editoriales, e incluso de determinados talleres de impresión dentro de una misma ciudad. Así, no extraña que tan sólo en época incunable la producción de obras vernáculas en los diferentes talleres hispánicos supere el 50%, frente a lo que sucede en otras industrias editoriales europeas en este mismo período: el 21% para Italia, el 24% para Alemania o el 35% para Francia...
diferentes desde finales del siglo...
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