A menudo teníamos la sensación de que nuestro estado era un privilegio, creo. No estoy seguro pues alrededor todo se diría cómodo, estable, y otros dedicaban su tiempo a cosas equivalentes a las nuestras, aunque no lo parecieran. ¿O me equivoco y sobreleo?
Mi madre, P, dirigía la empresa, si así puede llamársele, y el pequeño grupo engrosaba o se reducía a discreción, al menos a primera vista, porque ni ella llevaba bien a bien las cuentas. Esa noche temprana nos recordó encargos por aparte y fue adonde era costumbre para entregarse a lo suyo, cuestión personal reservada y sencilla, que nadie allí sino yo conocía y tenía sin embargo íntima relación con el trabajo.
La vi desaparecer por un pasillo del generoso departamento convertido también en oficina, cuando L entró desde el costado contrario.
-¿Te ayudo en eso, entonces? -dijo recordando tácitamente la hora y podía notarse su duda.
Ambos nos acercábamos a los cuarenta y nuestro trato era cordial y, por extrañas circunstancias, nada más, si consideran el clima de libertad en torno, la mutua, reciente soltería y una inevitable atracción que cualquiera sospechaba al vernos juntos.