Conté a ustedes que a los diecisiete quería escribir una Comedia Humana sin ficcionarla. Era sobre el entorno, impreciso en tiempo, lugar y especie, pues como a todos y gracias a personas y cosas me llegaban historias orales, escritas o narradas sensorialmente, digamos.
Por entonces cierta literatura volvía sujetos a edificios o ciudades, parajes o atmósferas campesinas, fuerzas de la naturaleza, sugiriendo que nuestros sentidos y mente, o su memoria, solo distinguían lo asimilable para sobrevivir y lo con mucho más terminaba en el subconsciente, desde donde a flachazos aparecía si acaso a veces y quizá adulterado.
Lo que importaba era el transcurso de cuanto sucedía a la vista o tenía mención. Así borroneaba papelitos con estampas fugaces: una niña de rojo que cruzaba como cojeando entre el empedrado bajo los pies o la tarde temprana plantada en mi ventana y su arrebatadora sugerencia femenina, por ejemplo.
De vivir iba la cosa, en el momento o milenios antes, allí, donde nada se explicaba sin nuestro cinturón serrano, o en un lejos impreciso que traían tales y cuales al recordar su tierra natal o dar noticia de ella por esto o aquello, a ratos a lo silencioso, como mamá desdibujándose mientras batía el trapo (Fantasmas) o los hasta hace diez minutos campesinos y campesinas que levantaban muros a diestra y siniestra.
Jamás escuché relatos sobre los efectos de la guerra que cargaba mi familia y tenía pesadillas por bombardeos indiscriminados y al pasear cruzaban casi imperceptibles hombres, mujeres y niños que vivieron en novelas o cintas extranjeras o que nos descubrían fotos o carteles de protestas por Vietnam, mientras el Che Guevara saltaba por un mundo que a punta de rumores no ubicábamos y Uno me conducía a luces y sonidos cuyos secretos no podía develar.
Ahí están, desbordando estantes y cajones, esos vagos notas de medio siglo, que no caben en los Cuadernos.
El perro corriendo sobre la playa o la mantecada que Joyce y Proust inmortalizaron, y también la celda con existencia propia donde Onetti llevó al próximo Juntacadáveres, refluyendo hacia sus orígenes, o esos féretros y hombres peleando contra el río y los que se dirían infinitos entreveros del pasado, en Mientras agonizo.
El responsable era aquel genial espacio a mis ojos que se reinauguraban frente a la profusa circulación de alumnos con familias e impulsos muy diversos, tendido kilómetros alrededor en espera de futuras generaciones, sobre filosas piedras por las que seguía un volcán en su erupción y los poblamientos al pie.
Y preguntaban porqué no subía a clases. ¿Para escuchar a sátrapas y vividores en cuarenta metros cuadrados vueltos sobre sí, ninguneando aquel maravilloso espectáculo exterior? O al par de buenos maestros que llegaron el segundo año, cuando yo ya no estaba inscrito y eran también una trampa pues me obligaban a romper con compañeros sin fortuna venidos desde barrios a los cuales mi empeño no alcanzó antes.
V y P , les conté asimismo, nietos diversos, hacían las cosas debidamente siguiendo los estudios entretanto se hacían voluntarios de la Cruz Roja o entraban al cuerpo militar de paracaidistas. Yo, flojo, escribía papeles sueltos y alternando cafeterías y futboles improvisados, con los contertulios compraba anforitas de ron para marchar más tarde al departamento donde, introducida por su novio, Carolina nos recibía entre las piernas, o en 1DA -Después de Ana -todavía Allí, aguardaba por Ella, única, irrepetible, ganándome con correcciones el poco pan necesario del "esposo" -Ah, mi particular Aden, Arabia (https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=1909).