¿Cómo imaginan su posible golpe de Estado la derecha y ultraderecha peruanas? Porque no entregarán el sitio así nomás, se nota.
¿Y yo de qué manera me veo al confiar en dos viejas computadoras medio rehechas buscando los archivos donde resumí a Manuel Scorza, su obra, se entiende, si hay modo, pues una síntesis de seis novelas, veinte poemarios, ensayos, artículos, etc., le ronca, digamos?
El tipo es un fuera de serie: "Este libro es la crónica exasperadamente real de una lucha solitaria: la que en los Andes Centrales libraron, entre 1950 y 1962 los hombres de algunas aldeas sólo visibles en las cartas militares de los destacamentos que las arrasaron. Los protagonistas, los crímenes, la traición y la grandeza, casi tienen aquí sus nombres verdaderos.
"Héctor Chacón, el Nictálope, se extingue desde hace quince años en el presidio del Sepa, en la selva amazónica. Los puestos en la Guardia Civil rastrean aún el poncho multicolor de Agapito Robles. En Yanacocha busqué, inútilmente una tarde lívida, la tumba de Niño Remigio. Sobre Fermín Espinoza informará mejor la baja que lo desmoronó sobre un puente del Huallaga. El doctor Montenegro, Juez de Primera Instancia desde hace treinta años, sigue paseándose por la plaza de Yanauanca. El Coronel Marroquín recibió sus estrellas de General. La 'Cerro de Paseo Corporation', por cuyos intereses se fundaron tres nuevos cementerios, arrojó, en su último balance, veinticinco millones de dólares de utilidad. Más que un novelista, el autor es un testigo. Las fotografías que se publicarán en un volumen aparte y las grabaciones magnetofónicas donde constan estas atrocidades, demuestran que los excesos de este libro son desvaídas descripciones de la realidad. Ciertos hechos y su ubicación cronológica, ciertos nombres, han sido excepcionalmente modificados para proteger a los justos de la justicia."
Murió prematuramente, aunque ya lo proponían para el Nobel, y dejó muchos proyectos literarios sin desarrollar. Los otros, culturales y de llanita revolución, pues...
No estamos ante un bloquifloja. Mientras su limeño condiscípulo Vargas Llosa preguntaba dónde se jodió la patria que nunca hubo, él, quien nació de sierras y amazonías, hacía por ella en los mismos eventos que recreó.
Leámoslo cambiando cursivas por comillas:
Del lugar y la hora en que los incrédulos chinchinos comprobaron que Garabombo era transparente.
Entonces
todos comprobaron que Garabombo era verdaderamente invisible. Antiguo,
majestuoso, interminable, Garabombo avanzó hacia la Guardia de Asalto
que bloqueaba la Plaza de Armas de Yanahuanca. Sólo perros nerviosos
habitaban la friolenta soledad. Veinte guardias, con los capotes
levantados contra el cierzo, defendían la bajada al río Chaupihuaranga.
El sol de las cinco fulgía sobre sus cascos. Sin amedrentarse,
Garabombo enfiló hacia los centinelas. En la esquina la angustia devastó
a los chinchinos. ¿Lo veían o no lo veían? Despreciando un fusil
ametrallador montado sobre un trípode de combate, Garabombo progresó
hacia el pelotón acumulado delante del Puesto (porque los ineptos
guardias civiles sólo servían para darle agua a los caballos de las
Tropas Especiales); atravesó la calle. ¿Lo veían o no lo veían? El mismo
Melecio Cuéllar, su cuñado, se hundió las uñas en las palmas sudorosas.
¿Garabombo ingresaría y saldría indemne del Puesto o los centinelas
ignoraban su insolencia únicamente para justificar la descarga? Hasta
Amalia Cuéllar, su mujer -que más que nadie carecía de motivos para
desconfiar- se tapó la boca con su pañolón7
azul. «Está subiendo la vereda», describió, sin necesidad, Amador, el
Sonriente. ¿Lo miraban o no lo miraban? ¿Garabombo pisaba la puerta del
Puesto o la de su muerte? Uno de los centinelas levantó la metralleta.
La multitud gimió. Siempre escultórico, Garabombo se detuvo. Por la
puerta emergió el abrigo verde, la cara pecosa del comandante Bodenaco.
Garabombo se pegó contra la pared. Con intolerable lentitud Guillermo,
el Carnicero, extrajo una cajetilla y encendió un cigarrillo. El humo
brilló contra el ocaso. Siempre arrimado contra la pared, ingresó. Los
chinchinos esperaron el balazo ineluctable. En la plaza un oficial se
cuadró delante del comandante Bodenaco. «Está dando parte», susurró
Víctor de la Rosa, ex sargento de infantería. Le contestó un plural
gemido. ¡Ahora Garabombo saludaba -con una insolentísima sonrisa- desde
una de las ventanas del Puesto! «Apresúrate, grandísimo cabrón», gruñó
Corasma.
-No lo ven -sonrió Amador Cayetano, el presidente de la comunidad-. ¡Es invisible!
-Hace siete años que es invisible -susurró Melecio Cuéllar.
¡Nadie lo veía! Protegido por su carne transparente, antes del anochecer Garabombo se apoderaría de los planes secretos de la Guardia de Asalto. Esa misma noche la comunidad conocería las instrucciones de la 21.ª Comandancia, los puntos donde se preparaba el ataque alevoso, los secretos de la «Operación Desalojo», los nombres de los confidentes que ensuciaban la tierra de Yanahuanca. Amador Cayetano inició la carcajada. ¿De qué le servía al infeliz Ministro de Gobierno Elías Aparicio telegrafiar órdenes cifradas?
-Padre nuestro que estás en los cielos, haz que a Garabombo no lo miren -rezó Sulpicia.
-No seas tonta, Sulpicia -exclamó Melecio Cuéllar-. ¡No lo ven! Garabombo puede comer y dormir a su gusto. Y si quiere orinará sobre los guardias. ¡Creerán que está lloviendo!
-Más bien pensarán que ha pasado un zorrino -gruñó Corasma.
-Está bajando la escalera -susurró Oswaldo Guzmán. Se congelaron mientras reptaba el tiempo que Garabombo empleó para emerger, de nuevo, en la puerta. Por fin salió del Puesto. En la orilla de la plaza se detuvo, miró a los chinchinos y soberbiamente se sopesó los testículos. Era valentísimo pero jactancioso. El muriente sol pulió su rostro huesudo, los gruesos labios, el bigote pobre, su pelo de escobillón. El mismo Corasma no consiguió prohibirse un escalofrío de admiración destituido por la angustia. ¡Por la misma vereda avanzaba un pelotón que acababa de ser relevado en el puente ahora custodiado día y noche! Garabombo se fijó contra la pila. Los guardias cruzaron sin verlo; desdeñando un guardia retrasado Garabombo caminó hacia donde boqueaba el sol. ¡Una alegría sin fronteras los invadió! ¡Garabombo era verdaderamente invisible! ¡Garabombo era transparente! ¡Ningún centinela percibirla sus movimientos de cristal! El rigurosísimo estado de sitio implantado en Cerro de Pasco era inútil. La represión fracasaría. En vano los destacamentos clausuraban los caminos; en vano el ejército había establecido un nuevo cuartel cuyas visibles ametralladoras amedrentaban el desfiladero de Huariaca, a más de cuatro mil metros de altura. Hacía meses que nadie circulaba sin salvoconducto. ¡Nadie salvo los invisibles! Porque ¿quién controlaría a un hombre transparente? Pero de pronto la multitud retrocedió. Despreciando el abrigo de la esquina, Garabombo enfiló hacia la Subprefectura, cuartel general del coronel Marroquín, jefe de la «Operación Desalojo». ¿Qué pretendía Garabombo? ¿Ingresar al edificio de paredes celestes y puertas azules en uno de cuyos tres balcones el coronel Marroquín vigilaba el sol? Con pavor, con admiración, con escalofrío, lo miraron avanzar. Hasta el personero9 Corasma se unió al credo fervoroso. Eran primos y se odiaban; pero en ese momento Garabombo no era el detestado pariente, ni el supuesto depredador del ganado de Murmunia, ni el jactancioso jinete que aprovechando su invisibilidad dormía con las mujeres casadas, sino el comunero gracias a cuyo inolvidable coraje Chinche conocería los planes de combate de la Guardia de Asalto y respondería el fuego por el fuego. ¡Porque llegaba la hora!
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Quien llegó hasta aquí no merece que le endilgue problemas personales y necesito porque otra vez soy incapaz de precisar mi nivel de locura.
Hombre feliz yo, incluso ahora creyendo poder echarme mañana un discurso sobre la historia peruana en Scorza.
Cierto, al despertar estaba seguro: todo anda mal. El cuerpo y la cabeza se deterioran a gran velocidad. Todavía, tendría que agregar, consciente de cuánto llevo así y sin espejos para referenciarlo.
Doña Soledad, usted y este setentón bailan en el salón a oscuras que permite creernos vitales, bellos, acompañados. Ah, paradojas, jeje.
Nadie a su lado, ¿ve?, hermosa señora. |