lunes, 24 de mayo de 2021

Eterna y el hombre delgado

 



Escribo cuadernos y también tengo una vida.

La canción fue regalo de la Mal nombrada para mi amita, tiempo atrás, y hoy, palabras aparte excepto el coro, acompaña bien nuestro amor, ¿verdad, Eterna?, cuando a este lado Mar propone pasionales encuentros una vez se pueda y mientras jugamos con intenciones.
¿Qué edad tengo? Con Eterna recién llegué a los cuarenta y cuatro y para quien espera el fin de la pandemia casi treinta más.
Pondré, pues, una segunda tanda de diversa intención, que mezcle.
Tercamente otros sueños cuentan la fantástica reunión con esa primera mujer inigualable y cómo dos décadas y dos hijos después el amor permanece sin mácula.
-De no verlo no lo creería -dice alguien.
-Son profesionales -agrega cualquiera al paso.
Afirman que hacemos diagramas para asegurar el bien único, descubierto por ambos a un tiempo y para siempre.
-Me traicionas -escribe imaginariamente P desde su aldea mágica, donde está recluida contra la virtualidad.
-Nunca -respondo. -Ni a N. Es solo que ella llegó cuando yo tenía veinticuatro años. Entonces, imposible conocerlos. Y lo perfecto ha de serlo por fuerza.
-¿En sueños?
-No, vigilia pura ya.
-0-
Marché al Río Níger con mi abuelo y luego fue el Magdalena que corre entubado por esta ciudad, acompañando por la propia Mal nombrada, Sofi, Andrea, hija putativa; Fanny, el Dos Pesos, Mario, Sonia -hoy Platónica-, tales y cuales más y sobre todo Jesús y su barrio bravo. 
Llegó entonces el Abajo para dirigirme al "Sur, geografía profunda" y la personal Patria prometida adonde desde niño conducía Felícitas.
Todo empezó cuando no hubo ya nietos a quienes entregar los días exhaustivos, redondos, nuevo paraíso cuya pérdida no soportaría. 
Para ese momento tenía a la parea ideal, que llegó accidentalmente, como cuanto por bueno solo puede alcanzarse así. 
Se llamaba P, nos bautizamos Tic y Cuac y a los once meses la obligué a irse porque sino sus veintitrés años recién cumplidos renunciarían al futuro. 
Frente al desierto que amó apenas verlo siendo pequeña, encontró al beduino al cual fraguó sin conciencia y debió dejarlo ir. 
Yo, asomando cada tanto desde el primer curso aquel, aceptaba cualquier provocación para apaciguar la angustia alimentándola. Imposible evitar a quien canto en Rascamapache y sí, por tanto, volverle necesidad su costado contrario. Lo hacía con piel y más piel que se le adhería temblando de deseo.
Eran de jovénes cuyos cuerpos despreciaba hasta encontrar a esa que luego reconocería como Inesperada. Cierto, solo las caderas de Mía y el delirio sexual que encontraría en Corazón mío y la Niña valían una misa y en consecuencia sufrí bocas, pechos y muslos sin gracia nueve de cada diez tantos diarios. 
¿Que mi cuerpo se marchitaba? El de ellas en general no nacía y quizá nunca lo haría o unicamente atreviéndose a tocar a otra mujer, si daban el paso a que les animaba.
Mi amita volvió, madre ahora, y por compensarme estuvo dispuesta a nuestros viejos encuentros carnales. Tras el primero, ante un espejo, le pedí olvidar esa parte. 
Hoy somos los debidos y para que la de Rascamapache no me haga una mala pasada está Eterna versión ya no se cuál.


 El once ideal

Este Un largo viaje quiere ser ahora cuaderno y no más blog donde apuntar. Si lo consigue -como si necesitara gran cosa para lograrlo, jeje...