miércoles, 28 de abril de 2021

Cuadernos para leer. 5

 

¿Quién nos contará?

Para lo esencial, Belarmo y yo buscamos al pueblo llano y al ir al pasado nos cuesta trabajo encontrarlo. Se registran reyes, princesas, guerreros majestuosos, y nunca, como advirtió un poema, a campesinos, albañiles, simples soldados y quienes también arán y a su vez cocinan, cuidan niños, etc. y son objeto predilecto para cobrar cualquier cosa, vejándolas.

En tales circunstancias cuesta mucho dar con la negritud africana.

-¿Hay otra?

-¿Y los millones llevados lejos por el tráfico esclavo?

Seguimos entonces al León el Africano que hacia 1492, justamente, fue expulsado de Granada, la tierra donde nacieron muchos antecesores suyos. Musulmán, atravesó desiertos hasta alcanzar Tombuctú.

Alguien no muy lejano a él hizo otro tanto con no solo su persona. Cargaba doce mil manuscritos que le servían de biblioteca y animó se creara una universidad.

Les fue así descubierta una ciudad "edénica" y solo trataron con principales.

-No nos sirven -dice Belarmo tras el breve optimismo producto de una muchachita esclava: Hila. Era regalo dichoso, conforme a León. Los seres comunes y silvestres pasaban en sombras y eso enfureció a mí compañero quien niño vio a sus padres, abuela, hermanas, tratadas como tal. Tenía ya el encendidísimo carácter que ejemplicaré más tarde y ahora sale corriendo de allí, para no ponerme en riesgo con sus reacciones.

Ello mismo lo hace enamorarse del Negro del Victoria, que casi al mismo tiempo encontramos hacia 1900, merced a un gran escritor y marino.

La escena a continuación transcurre entre el registro de tripulantes: 

"Un negro en el alcázar de un barco británico es un ser solitario (...) 

"-¡Wait! -gritó una voz llena y retonante. Todos se detuvieron (...) Apareció una alta silueta de pie sobre la batahola.
"Descendió abriéndose camino entre la tripulación; sus pasos se encaminaron hacia la linterna del alcazar (...) Era alto, la cabeza se perdía entre la sombra que proyectaban las embarcaciones. Lució la blancura de sus dientes y de sus ojos, pero no pudo verse el rostro. Las manos grandes parecían enguantadas (...)
"El grumete, estupefacto como todos, levantó la linterna (...): era negro. Un rumor asombrado (...) corrió a lo largo de la cubierta y se perdió en la noche.
"Pero él pareció no oír nada. Se plantó en su sitio, marcando un tiempo con gesto rítmico (...) 
"El negro se mostraba sereno, frío, dominador, soberbio. Los hombres se habían aproximado y permanecían tras él en masa compacta. Pero les pasaba a todos media cabeza.
"-Soy del barco -dijo.
"Pronunciaba claramente, con dulce precisión. Los acentos profundos y brillantes de su voz recorrieron el puente sin esfuerzo. Era naturalmente desdeñoso, condescenciente, sin afectación, como hombre que (...) hubiese medido la inmensidad de la locura y tomado el partido de ser indulgente."
-¿Te imaginas el momento, nieto? No para los demás. Me refiero a él, cósmicamente solo desde que lo apresaron, ¿dónde? 

-¿Sería yoruba, pueblo predilecto para los traficantes de hombres, mujeres y niños?

Primer mapa europeo sobre África. 1554.

Que el África Negra se narre por sí misma en artes plásticas y música. Con los yoruba no podemos ir lejos temporalmente, dicen, si hablamos de tallas pues su material es madera. 

Busco en nuestro mejor, voluminoso libro, publicado hacia 1935 por intelectuales europeos muy prestigiosos. No avanzamos nada al compararnos con el subcontinente subsahariano, declaran.

En música mis oídos no encuentran par tampoco, dispersa por mil lados: Brasil, las Antillas, esos 

fenómenos revolucionarios llamados jazz y rock.

¿Debe renunciarse, entonces, a encontrar personajes con nombre?

T
Quizás pretendía una redición de la fortuna de mis quince años escapando del miedo, para llevarla a buen término y reparar el fracaso de entonces. La búsqueda de la princesa resultaba, pues, imprescindible. Como en el tiempo de creer que el cosmos se columpiaba en mi hamaca, en una casa sobre la falda de la montaña, la eterna primavera alrededor, y abajo, tras el hermoso jardín, una ciudad más o menos pequeña.
Las circunstancias me permitían ser un padre menos difícil, casi bueno, y con un cheque modesto pero en sólida moneda extranjera y religiosamente a fin de mes, cuánto de fantástico estímulo recogía entre semana iba el viernes por la tarde a explayarse a la gran capital.
El hacedor de milagros me creía y decidí seguir los pasos de V, quien un buen día dijo Total, y aunque muriera en el trayecto se entregó perdidamente a una de esas criaturas cinceladas en el alma por las películas y los boleros de la vieja época. La esquiva, pues, siempre como de noche, con un cigarro en la mano recargada en el piano que cantaba sólo para el lujo de ella, de su par de satánicos ojos prometiendo estrellas y sangre, pongamos a lo dramático.
Mis gracias no daban mayor resultado por sí solas, de modo que el empeño fue inútil hasta que un par de amigos crearon una aureola en torno mío y me condujeron a un lugar frecuentado por mujeres hermosas, despiertas, eufóricas a su vez. Una mañana escuché una voz y levantando la cabeza encontré frente a mí a quien parecía cumplir a perfección los requisitos de mortal dama o su remedo.
Tenía bastantes años menos que yo y se me dio el equivocado informe de que estaba separándose de su pareja. De saberla, la verdad me habría detenido, pero llegó tarde y contribuyó a colocarme exactamente donde quería.
La joven era o parecía, pues de ella no conocí nada en verdad, una explosiva mezcla de altanería y piedad y había una universal procura de sus favores o sus sonrisas. Al mes de coqueteos que sin duda consideraba naturales y así para mí infructuosos, renuncié a la posibilidad con un aire de tristeza que la conmovió.
Esa noche fuimos a donde habría de consumarse el entendimiento, para terminar en los escalones a la calle con la ternura de mi hombro ganando el derecho a abrir las puertas de ella por algo más que un rato.

La joven no tenía modo ni ganas de evitar ni el amor por su compañero ni la soberbia infinita, y tuve que emplearme en regla, no importa cuán a solas plañidero y extraviado me volviera. De modo que aquello se convirtió en una ruda pelea, ejemplificada en el regreso de un paseo a las afueras. En su auto toda ella gritaba alternativamente y sin parar Quédate para siempre y Casi no contengo el vómito, ¡baja!
Años después me vendría un placentero sueño. Era la extensión de la vez en que rumbo al cine, al volante y contra su bravucón estilo, sin motivo pidió escogiera la ruta y como una niña a la deriva remató con lo que los días siguientes confirmarían:
-Vamos por dónde tú quieras.
No había más afán deportivo ni personajes de película hablándome al oído. Había un hombre agradecido prometiéndose cuidar de aquélla generosidad, así la disfrutara por los diez minutos tras los cuales la joven volvería a su justo sitio.
Se acercaba la navidad, me adelantó que preparaba para mí un regalo y durante una semana estuve a punto de perder la razón. Grababa una cinta de música para ella y cuanto escogía acababa pareciéndome pobre, cursi o anticuado. Entré en pánico y decidí no darle nada y olvidar para siempre el asunto.
En días quise echar marcha atrás. Demasiado tarde, dijo, y no supe si yo seguía siendo el de la noche del cumplimiento o el del reto originario:
-Te resistes, reina. Mejor. Soy la viva imagen del músico ese que me gusta a rabiar y hoy mismo girarás a mi alrededor como mariposa.
Al poco y viéndome convertido en piltrafa me dio una tarde que no fue la reparación del antiguo fracaso, pero al reivindicar la magnanimidad de ella y mis empeños, despejó el camino a años de cumplir mis fantasías con la princesa, procurándome romances en los que asumía el papel demandado por ésta.
 

Rascamapache

Qué difícil estar aquí, siempre lo supe, le digo a la que siempre me acompaña.
Debieron correrme de todos lados. Me habría cansado pronto de tocar puertas por un taco.
A final de cuentas eso soy: un rascamapache, como dice Leopoldo que por sus rumbos llaman a los teporochos. Uno de lujo, a quien en lugar de aventarle una moneda para su vicio le pasan un cheque mensual, y en vez de patadas recibe amorosos golpes en la espalda. Hasta sus gracias lo animan a hacer y le aplauden luego.
Ay, amiga. ¿Te encariñaste conmigo a fuerza de ir a mi lado? Sonríes. Vamos sincerándonos: ¿no es que te gustó esto? Ahora pareces una niña, una muy pilla. Anda, acompáñame a comprar cigarros. Te cae simpático el gorrión colorado, ¿verdad?
Lo que me faltaba: sacar a pasear a mi muerte y cuidar que no la atropellen en el cruce.
Cómo reverdecen las jacarandas, tienes razón. Sí, la simpática chamaquita de carrillos de globo, el pobre sauce que no termina de entender que su plácida calle se convirtiera en eje vial, el cristal del otoño recodando los buenos tiempos, el delirio de vida de la esquina, la conmovedora, dulce, gastada pareja sesentona de la tienda, el avión...
Hace días murió una amiga. Fue tras largos, ejemplares años de estar a punto y revolverse a punta de contagiosos bailes, besos, carcajadas. Hace un par, otro sabe que no queda mucho y, de antiguo enloquecedoramente prolífico, se da lleno a la insanidad y no para de repartir reuniones, charlas y páginas.
Es cierto, siempre hay algo que hacer, siempre algo porqué retrasar la marcha. Uno de cada dos días cumplo el rito para salir a la calle ocultando la presencia de mi amiga. Algunas lo consigo. Las demás hasta el rey del optimismo se entera. Hoy me da igual si la cuadra entera sale para mirar.
La conocí en la panza de mamá, por mucho que ésta se esforzara. Cantaba la mujer creyendo acunarme entre castaños, sin darse cuenta cuánto mejor se filtraba el aleteo en la melancolía interminable de su voz.
-Qué terriblemente seca eras, compañera, helabas la sangre. Cuántas infernales tardes y noches me diste. Tantas, que terminaste por encontrarle el sabor a la acera contraria. Ahora va a costar un trabajo enorme convencerte de cumplir la tarea. ¿O se volvió mía?
Menudo espectáculo: el tipo que sirve de sombra a su ama y llegado el momento tendrá que llevársela con él a empujones. Imagino el ridículo show final: ella tirando patadas, escupiéndome, un improperio tras otro, y yo jalándola.
 
Escrita en 2008, esta viñetita adelanta lo que al fin puedo doce años después: marchar.

Living, leaving XB
El médico revisa los exámenes.
-No hay nada –dice y el paciente, como si lo supiera, más que preguntar responde:
-¿No?
-¿Sigue sin otros síntomas?
-Sí, pérdida completa de ubicación, disminución del peso a cero, y ya.
Repasa sus primeras notas el galeno.
-¿Por qué dejó en blanco el lugar de residencia?
-Pues… -duda sin atreverse a la verdad el alicaído hombre, y en el rostro sobre la bata blanca aparece una mirada de entendimiento.
-Ya veo: es usted de los que se mudó a Facebook City. ¿Recuerda el dicho No sólo de pan vive el hombre? Agréguele Tampoco de aire. Tenga cuidado, amigo. Esta vez es un empacho, la próxima consígase una carroza fúnebre.
- 0 –
Para un pobre hombre como yo la droga virtual borra al mundo. Convertida en viento la tan poca cosa de carne y hueso se inventa hasta el delirio. Una mañana frente al espejo, horrorizada, muere. 
-0-
A lo súbito recuerdo la película.
-¿Estaré repitiendo el papel? ¿Cambié de ciudad pa rematar a gusto?
Musga, júrame que en verdad eres morena y no güera y que tu segundo nombre no es Sera.
- 0 -
El gallo se retrasa o adelanta y no coincide con el amanecer en el que el rosa arena de los muros recuerda la erisipela que le trajeron los años. Es el mism patio de las largas horas en el escritorio sirviéndome del solitario para escuchar música, de dieciocho meses atrás, cuando no sabía de la existencia de la ciudad ésa donde temo morir de espanto, ni de Blogilandía, la tierra ésta en la que digo copiar mi departamentito con su fantástica población.
Fue entonces que, en verdad a lo Ben Sanderson en la foto aquí arriba, mudé mis bártulos. De la noche a la mañana el solitario Idiota (Revelación) en su versión don nadie tuvo centenares de amigos y amigas y una vitrina donde esforzarse en lucir. Burbujas de jabón eran, claro, y como pronto supe por Mía (Nuestros años felices), bastaba un soplido para romperlas -ah, esa historia con ella qué tan bien y mal contada está.
Luego vino la Niña Musga E=mc2, a quien los descendientes de El Proceso no dejan llegar todavía para que mis cincuenta y cinco metros cuadrados terminen por volverse locos.
No medía bien lo que mi adicción por naturaleza traería y el volver a los 17 se volvió un acto a solas entre cuadernos, documentos y grabadoras (El corrido de los tercos).
A la exacta manera de Ben, hoy apenas tengo fuerza para levantarme de la cama, el ya histórico verde de mi piel se hizo cetrino y la burrita-bírula duerme el sueño de los justos fuera de las diarias carreras tras la dosis de tabaco (Caprichos).
Del partir en dirección a mi cuna ni asomos tampoco (Tarea
). Razón tenía el médico.
De intuir lo que me esperaba en febrero de 2009 debí cancelar mi acceso a internet. A la Niña la habría encontrado de todas formas, milagrosa como es.
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-¿Doctor?
-¿Algún síntoma nuevo?
-Sí, vómito.
-Es la última señal, usted decide si continúa con la Masturbación.
  

 El once ideal

Este Un largo viaje quiere ser ahora cuaderno y no más blog donde apuntar. Si lo consigue -como si necesitara gran cosa para lograrlo, jeje...