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"Convergencia." Jackson Pollock
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Originalmente Monelle se llamaba Louise. Era una mujer de condición muy modesta, que a veces se prostituía y de quien se enamoró Marcel Schwob sin darse bien cuenta hasta la prematura muerte de ella. La pequeña, magistral novela aparecería después como un remordimiento inútil, pues él la tendría siempre en mente.
Esa pequeña reencarnó en otras también reales o como productos literarios. Una de ellas fue Sonia, la que dio calor a Raskolnikov en Crimen y castigo, de Dostoyevski.
El extraordinario narrador ruso puede conducirnos a más necesarios personajes de nuestra Corte, pues vivió en un imperio de veintitrés millones de kilómetros cuadrados con cien etnias distintas, buscando por norma, enamorándolas socialmente, a entrañables criaturas en desgracia.
Lo haría, claro, desde su San Petensburgo, capital zarista cuyos trasfondos rurales eran vagos, aunque en ellos viviera el ochenta por ciento de la población. No podemos seguirlos, entonces, y así se nos pierden innumerables hermanas y hermanos.
Aunque
dio justo quizá su mayor paso narrativo (Memorias de la casa muerta) muy lejos de la ciudad nativa:
en Siberia, exiliado por ligas con el populismo revolucionario. Encontró
allí hombres nacidos en diversísimos lugares, sobre todo a lo largo del corredor que ancestralmente sirvió al rico trasiego humano y cultural entre Medio Oriente y Asia interior. Ellos nos dirigieron a muchos sitios siglos y milenios atrás y al fin nos sentimos arropados.
Siguen faltando infantes, si bien gozan de lugar privilegiado El niño de Arán, el mitológico hijo de la Madre Primera sioux y sin falta Kelley, Ulises popular, cuando pequeño, condado de Cork adentro.
En los siglos preindustriales en Europa “la infancia formaba parte, junto con la naturaleza y el estado salvaje, del lado obscuro de las cosas y los seres” -dice un historiador- y ahora no recuerdo el excepcional libro con que cierto antropólogo escupía a los hermanos Grimm las versiones primitivas de sus cuentos con, por ejemplo, Caperucitas a quienes sin eufemismo burgués el lobo devoraba sexualmente también.
Bueno, no era una conducta nueva, si se recuerda como píos monjes Cruzados sacaban los ojos a niñas y niños errabundos para obtener mejores limosnas, cuyo recuerdo rescata el propio Schwob en otra obra.
No siempre ha sido triste el destino de la comunidad que me integró. Son más las y los que conocieron la dicha, sencilla, desde luego.
Visto de esa manera, mi encuentro con aquélla se diría literario. Y no. Primero lo hice sólo viviendo, luego gracias a libros y archivos históricos, y en realidad, como por accidente, di con mayor número gracias al cine que a las novelas, etcétera.
Vale aclararlo para calcular nuestra composición.
Ulises
Ulises, así dio en llamarlo no recuerdo quién, y se llama James Kelley. Camina en tierras semidesérticas inconcebibles para él, sin destino adonde dirigirse. En
la memoria le andan “ciervos que saltan respondiendo al bramido profundo de la
hembra”, “bellotas que caen en pacíficos bosques marrones”, pantanos navegando
en la gruesa niebla, aves despavoridas por negros oleajes furiosos, valles entre
escarpadas moles de piedra que relatan proezas.
Un poeta nos dio pie para esas líneas, pues en su parquedad nuestro irlandés renuncia a traducirnos las tierras de donde vino cuando lo encontramos por primera ocasión.
¿Cómo es su universo interno, con miles de días y noches
acumulados? Imaginemos, por ejemplo, una mañana cuando
tenía dos años de edad. Las paredes, el techo, el piso, todo en el modestísimo
hogar de la familia huele a una tierra que, como cualquier otra, despide
perfumes y tiene tonos y calidades sólo suyos. Las tres o cuatro sillas y la
mesa de madera que hay allí, con las historias privadas que relatan sus
cicatrices, están tan dentro de él como el padre, la madre, la media docena de
hermanos y hermanas. Mira a la más pequeña que duerme, luego al triángulo de
luz viscosa de la media mañana estirándose desde el hueco de la puerta abierta,
al pie de la cual descubre una vara que lo hipnotiza.
Mientras
cumple la decena de pasos que lo separan de ella, cae girando, remisa, en el
aire, una hoja, el reflejo de la punta de un cuchillo estalla en sus ojos, la
nariz se queja por un granillo de tierra, el rabillo del ojo descubre el reptar
apurado de una araña, canta un mirlo, un mirlo y no un pájaro a secas, cuyo
trino para el pequeño James no delata todavía a un ser concreto y es un trozo
más de eso incomensurable de lo cual él también forma parte. Alcanza el cuadro
de la puerta, se agacha para tomar la vara, que se escapa en una mano venida de
la nada y que enseguida descubre a la muchacha en la cual se remata y su gesto
socarrón, divertido con el efecto que produce en él, en el niño, quien continúa
sus lecciones sobre el mundo en disputa. Ella se da la vuelta con un aire
triunfal coronado por el vuelo de su cabello largo y castaño, que es un acto de
encantamiento al cual por años quedará sometido él.
¿Dónde están ahora la hermana que duerme, la tierra, el triángulo de luz, el canto del
mirlo, la vara, la cabellera que se agita? ¿Cómo andan dentro suyo el padre y la
madre, la obligada mujer y los obligados hijos e hijas de sus treinta años de
edad, sino murieron por hambre?
Derzú
Derzú Uzala es un cazador henzhe de
los bosques al extremo siberaniano que alcanza China. Su bella humanidad
está sola en la tierra, pues mujer e hijos murieron hace tiempo,
víctimas del sarampión. Hermosa también parece la que encarna Li
Tsung-ping, cuyos cincuenta y seis años lo vuelven anciano en esa
espesura contigua a las estepas extendidas hasta Arabia y Turkestan.
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Como escribano de la Corte, hago alto ahí. Quería sólo mostrar que en verdad habitamos lugares y tiempos por puñados.
¿Me permiten volver al semidesierto donde quedó Kelley, para mirar algunos kilómetros al sur, encontrando a quienes parecieran muy distintos a él y no lo son tanto.
Son inmigrantes y nativos estadounidenses enrolados en el ejército por la
necesidad de un sustento.
A pesar del relativamente corto número de bajas que
sufrieron en las dos victoriosas batallas de mayo, para ellos la vida está
lejos de experimentarse como un regalo. En realidad es con el avance del verano
en los campamentos a lo largo del río, que se producen las más tristes escenas
recordadas por sus diarios y su correspondencia. En especial entre los
voluntarios, quienes se enganchan en el delirante clima creado por una porción
de la prensa, que relata éxitos reales y fantásticos, glorificándolos o
burlándose de ellos sin advertir al lector. Junto a la narración de la carga de
un capitán para capturar los cañones mexicanos, o del decidida actitud de los
cañones de otro oficial en Palo Alto, pongamos, la presunta ocupación de un
humilde caserío se vuelve un episodio digno de los cantares de gesta:
“¡Gloriosas nuevas del ejército! ¡Otra victoria!
¡Burrita ha caído! ¡La ciudad entera reducida a cenizas!... Altas
torres.../Sólidos muros... palacios principescos/Finas calles, espléndidas
casas, sagrados sepulcros.../¡Todo esto, oh, piedad, convertido en polvo!
Los voluntarios del Valle del Mississippi lo creen,
se apuran a participar de la gloria y tienen que conformarse con la arena, el
sol sin piedad, la peste de alimañas y las huellas de la guerra advirtiéndoles
por primera vez sobre el futuro. En los campos próximos a la ciudad mexicana se
penetran para siempre del olor dejado por los cadáveres tardíamente sepultados
y con los que cargaron los coyotes. En esos campamentos encuentran a heridos que terminan de sanar pero
no volverán a ser los de antes pues “la amputación era la única cirugía
mayor que se practicaba”.
En otros, los daños son distintos si bien no menos
severos, y es frecuente hallar soldados con la mirada perdida, hablando de
cosas ininteligibles o que ven lo que parece imposible. A los más graves se les
declara formalmente locos, entre el tedio de una campaña detenida: “Mientras
permanecimos en Campo Belknap, alrededor de un ciento de entre ochocientos
hombres que contenía nuestro regimiento era diariamente reportado en el
catálogo de la melancolía”. Entonces se bebe, se discute, se pelea. A veces
entre compañías completas: “Fui informado -escribe Curwen, perteneciente también a la Corte-
de las dificultades entre nuestro regimiento y el batallón de Baltimore, originado
en una agresión a nuestro coronel”. Los casos graves son responsabilidad de los
voluntarios. El general en jefe manda de regreso a casa a muchos, sólo para
recibir nuevas remesas.
Sí, nos hallamos alrededor de Matamoros, Tamaulipas, México, cuando comienza el año 1846. O sea, el mismo rumbo donde para 2011 se hallará una fosa clandestina con ciento setenta y siete cadáveres centroamericanos que están ahí, entre nosotros, casi todos anónimos y por ello doble dolor.
SIGUE, ESTA VEZ SóLO EN ESPERA DE VIÑETAS YA ESCRITAS.