lunes, 21 de noviembre de 2022

La madre de todas las batallas

Tras una entradita recuerdo a la fugaz, antigua amiga prostituta y mi trabajo en Telerisa ya sin camaradas. Entre ambas cosas hay cierta relación espacio temporal, y así con el inicio del fármacoadicto que soy.

Al paso dejo constancia del mensaje enviado por la muchachita que me conectó hace meses para desaparecer pronto. Resurgió exactamente cuando iban a decirme si había o no la droguita.

-¿Eres tú, universo, haciendo señales? -pensé. 

Llegó aquello. Uf.  

Desde que la compusieron, esta buenísima canción "da vueltas y vueltas" a mi alrededor.

     La versión fue para una película y tiene el aporte de

Nusrat Fateh.

Última selfie simpática que el Narciso yo se tomó antes de la madre de todas las batallas.

Volví, dijo el hijo de la chingada llamado MacArthur. Me too y no para hacer mierda cuanto más pudiera, Pacífico "asiático" adentro. 

Debo un video celebrándolo. Ahí será mañana. 

jueves, 10 de noviembre de 2022

Buscando a la Corte

"Convergencia." Jackson Pollock

Originalmente Monelle se llamaba Louise. Era una mujer de condición muy modesta, que a veces se prostituía y de quien se enamoró Marcel Schwob sin darse bien cuenta hasta la prematura muerte de ella. La pequeña, magistral novela aparecería después como un remordimiento inútil, pues él la tendría siempre en mente. 

Esa pequeña reencarnó en otras también reales o como productos literarios. Una de ellas fue Sonia, la que dio calor a Raskolnikov en Crimen y castigo, de Dostoyevski. 

El extraordinario narrador ruso puede conducirnos a más necesarios personajes de nuestra Corte, pues vivió en un imperio de veintitrés millones de kilómetros cuadrados con cien etnias distintas, buscando por norma, enamorándolas socialmente, a entrañables criaturas en desgracia.  

Lo haría, claro, desde su San Petensburgo, capital zarista cuyos trasfondos rurales eran vagos, aunque en ellos viviera el ochenta por ciento de la población. No podemos seguirlos, entonces, y así se nos pierden innumerables hermanas y hermanos.

Aunque dio justo quizá su mayor paso narrativo (Memorias de la casa muerta) muy lejos de la ciudad nativa: en Siberia, exiliado por ligas con el populismo revolucionario. Encontró allí hombres nacidos en diversísimos lugares, sobre todo a lo largo del corredor que ancestralmente sirvió al rico trasiego humano y cultural entre Medio Oriente y Asia interior. Ellos nos dirigieron a muchos sitios siglos y milenios atrás y al fin nos sentimos arropados.  

Siguen faltando infantes, si bien gozan de lugar privilegiado El niño de Arán, el mitológico hijo de la Madre Primera sioux y sin falta Kelley, Ulises popular, cuando pequeño, condado de Cork adentro.

En los siglos preindustriales en Europa “la infancia formaba parte, junto con la naturaleza y el estado salvaje, del lado obscuro de las cosas y los seres” -dice un historiador- y ahora no recuerdo el excepcional libro con que cierto antropólogo escupía a los hermanos Grimm las versiones primitivas de sus cuentos con, por ejemplo, Caperucitas a quienes sin eufemismo burgués el lobo devoraba sexualmente también.
Bueno, no era una conducta nueva, si se recuerda como píos monjes Cruzados sacaban los ojos a niñas y niños errabundos para obtener mejores limosnas, cuyo recuerdo rescata el propio Schwob en otra obra.
No siempre ha sido triste el destino de la comunidad que me integró. Son más las y los que conocieron la dicha, sencilla, desde luego. 
Visto de esa manera, mi encuentro con aquélla se diría literario. Y no. Primero lo hice sólo viviendo, luego gracias a libros y archivos históricos, y en realidad, como por accidente, di con mayor número gracias al cine que a las novelas, etcétera.
Vale aclararlo para calcular nuestra composición. 
 
Ulises
Ulises, así dio en llamarlo no recuerdo quién, y se llama James Kelley. Camina en tierras semidesérticas inconcebibles para él, sin destino adonde dirigirse. En la memoria le andan “ciervos que saltan respondiendo al bramido profundo de la hembra”, “bellotas que caen en pacíficos bosques marrones”, pantanos navegando en la gruesa niebla, aves despavoridas por negros oleajes furiosos, valles entre escarpadas moles de piedra que relatan proezas.
Un poeta nos dio pie para esas líneas, pues en su parquedad nuestro irlandés renuncia a traducirnos las tierras de donde vino cuando lo encontramos por primera ocasión.  
¿Cómo es su universo interno, con miles de días y noches acumulados? Imaginemos, por ejemplo, una mañana cuando tenía dos años de edad. Las paredes, el techo, el piso, todo en el modestísimo hogar de la familia huele a una tierra que, como cualquier otra, despide perfumes y tiene tonos y calidades sólo suyos. Las tres o cuatro sillas y la mesa de madera que hay allí, con las historias privadas que relatan sus cicatrices, están tan dentro de él como el padre, la madre, la media docena de hermanos y hermanas. Mira a la más pequeña que duerme, luego al triángulo de luz viscosa de la media mañana estirándose desde el hueco de la puerta abierta, al pie de la cual descubre una vara que lo hipnotiza. 
Mientras cumple la decena de pasos que lo separan de ella, cae girando, remisa, en el aire, una hoja, el reflejo de la punta de un cuchillo estalla en sus ojos, la nariz se queja por un granillo de tierra, el rabillo del ojo descubre el reptar apurado de una araña, canta un mirlo, un mirlo y no un pájaro a secas, cuyo trino para el pequeño James no delata todavía a un ser concreto y es un trozo más de eso incomensurable de lo cual él también forma parte. Alcanza el cuadro de la puerta, se agacha para tomar la vara, que se escapa en una mano venida de la nada y que enseguida descubre a la muchacha en la cual se remata y su gesto socarrón, divertido con el efecto que produce en él, en el niño, quien continúa sus lecciones sobre el mundo en disputa. Ella se da la vuelta con un aire triunfal coronado por el vuelo de su cabello largo y castaño, que es un acto de encantamiento al cual por años quedará sometido él. ¿Dónde están ahora la hermana que duerme, la tierra, el triángulo de luz, el canto del mirlo, la vara, la cabellera que se agita? ¿Cómo andan dentro suyo el padre y la madre, la obligada mujer y los obligados hijos e hijas de sus treinta años de edad, sino murieron por hambre? 


Derzú

Derzú Uzala es un cazador henzhe de los bosques al extremo siberaniano que alcanza China. Su bella humanidad está sola en la tierra, pues mujer e hijos murieron hace tiempo, víctimas del sarampión. Hermosa también parece la que encarna Li Tsung-ping, cuyos cincuenta y seis años lo vuelven anciano en esa espesura contigua a las estepas extendidas hasta Arabia y Turkestan.

-0-

Como escribano de la Corte, hago alto ahí. Quería sólo mostrar que en verdad habitamos lugares y tiempos por puñados. 

¿Me permiten volver al semidesierto donde quedó Kelley, para mirar algunos kilómetros al sur, encontrando a quienes parecieran muy distintos a él y no lo son tanto.

Son inmigrantes y nativos estadounidenses enrolados en el ejército por la necesidad de un sustento. 

A pesar del relativamente corto número de bajas que sufrieron en las dos victoriosas batallas de mayo, para ellos la vida está lejos de experimentarse como un regalo. En realidad es con el avance del verano en los campamentos a lo largo del río, que se producen las más tristes escenas recordadas por sus diarios y su correspondencia. En especial entre los voluntarios, quienes se enganchan en el delirante clima creado por una porción de la prensa, que relata éxitos reales y fantásticos, glorificándolos o burlándose de ellos sin advertir al lector. Junto a la narración de la carga de un capitán para capturar los cañones mexicanos, o del decidida actitud de los cañones de otro oficial en Palo Alto, pongamos, la presunta ocupación de un humilde caserío se vuelve un episodio digno de los cantares de gesta:

“¡Gloriosas nuevas del ejército! ¡Otra victoria! ¡Burrita ha caído! ¡La ciudad entera reducida a cenizas!... Altas torres.../Sólidos muros... palacios principescos/Finas calles, espléndidas casas, sagrados sepulcros.../¡Todo esto, oh, piedad, convertido en polvo! 

Los voluntarios del Valle del Mississippi lo creen, se apuran a participar de la gloria y tienen que conformarse con la arena, el sol sin piedad, la peste de alimañas y las huellas de la guerra advirtiéndoles por primera vez sobre el futuro. En los campos próximos a la ciudad mexicana se penetran para siempre del olor dejado por los cadáveres tardíamente sepultados y con los que cargaron los coyotes. En esos campamentos encuentran a heridos que terminan de sanar pero no volverán a ser los de antes pues “la amputación era la única cirugía mayor que se practicaba”.

En otros, los daños son distintos si bien no menos severos, y es frecuente hallar soldados con la mirada perdida, hablando de cosas ininteligibles o que ven lo que parece imposible. A los más graves se les declara formalmente locos, entre el tedio de una campaña detenida: “Mientras permanecimos en Campo Belknap, alrededor de un ciento de entre ochocientos hombres que contenía nuestro regimiento era diariamente reportado en el catálogo de la melancolía”. Entonces se bebe, se discute, se pelea. A veces entre compañías completas: “Fui informado -escribe Curwen, perteneciente también a la Corte- de las dificultades entre nuestro regimiento y el batallón de Baltimore, originado en una agresión a nuestro coronel”. Los casos graves son responsabilidad de los voluntarios. El general en jefe manda de regreso a casa a muchos, sólo para recibir nuevas remesas.

Sí, nos hallamos alrededor de Matamoros, Tamaulipas, México, cuando comienza el año 1846. O sea, el mismo rumbo donde para 2011 se hallará una fosa clandestina con ciento setenta y siete cadáveres centroamericanos que están ahí, entre nosotros, casi todos anónimos y por ello doble dolor.   

 

   

  

SIGUE, ESTA VEZ SóLO EN ESPERA DE VIÑETAS YA ESCRITAS.    

 El once ideal

Este Un largo viaje quiere ser ahora cuaderno y no más blog donde apuntar. Si lo consigue -como si necesitara gran cosa para lograrlo, jeje...