jueves, 29 de abril de 2021

El largo viaje. Capítulo "Y abrazamos solo viento"


Cuando en 1968 terminan los movimientos estudiantiles que se produjeron aquí y allá por el mundo, acepto el ofrecimiento de papá para viajar a Europa. Acompañé a lo lejos esos sueños y no voy al exilio protector ahora, como quieren creer quienes me descubren en un comedor de la Sorbona. Deshaciendo el enredo encuentro a Ibn Simbad, según le llamaré después, cuando volvamos a nuestros respectivos lugares, él para volverse contumaz aventurero: marroquí con padre subsahariano cuya guía seguiré hasta los barrios argelinos y senegaleses. Enviará cartas desde Turkestán y otros lados exóticos a mis oídos, hasta la región hindú donde se hará humo.  

F:jJf-

Cumplo veintiún años, hace tres abandoné la universidad sin saber si huyo o busco, como insiste en asegurarme Ana. Pasaré ocho meses cuya tortura temo comunicarle a ella porque los aplaudirá procurando aliviarlos.

-Contradicciones irresolubles, amor. ¿Para qué? -le preguntó en silencio entonces. -Llegamos al fondo de nuestra relación. Por nosotros y por mi a solas importa secundariamente. Lo que cuenta es otra cosa.

Y recuerdo mi primera incursión fuera del país, juntos. Cuando llegamos a nuestro destino, por la ventanilla del avión no puedo creer lo que veo. Quien maneja la grúa es alto, rubio, guapo. He despotricado contra el racismo mexicano socialmente oculto y apenas ahora entiendo cuánto me penetró. 

-No quiero bajar -digo y Ana comprende y me arropa, orgullosa por su pequeño hombre.
Para ella los paseos al extranjero son comunes desde niña y, según recuerda, jamás sintió sino la sorpresa de quien recibe un regalo inesperado.
-Te necesito J, ¿ves? -susurra a mi oído conduciéndome por el pasillo y luego crea una burbuja que nos permite vivir dos semanas de dicha, retando al entorno.
En 1968 no está al lado mío y lo agradezco.
El golpe inicial lo recibo al ver Europa desde las alturas: campos reticulados en pequeñas unidades, sin vacíos, y colores maduros, donde no caben soles machos. La cabeza casi estalla. ¿Qué será andar entre ocredades?

 

NO LEER.

La globalización empezó con los viajes a que se decidieron Enrique el Navegante e Isabel de Castilla y su señor, cuyo meollo fue América. Poco después Miguel de Montaigne escribía: "Nuestros ojos son más grandes que nuestros estómagos y nuestra curiosidad, mayor que nuestro entendimiento. Creemos asirlo todo y apretamos solo viento."

Se produce entonces "la mayor mutación jamás habida en el tiempo y el espacio humano", "no comparable siquiera con la exploración espacial".

Cuando ésta llega migrar es una constante, pero el trasiego trasnacional por otros motivos seguirá reservado a unos cuantos, digamos, hasta los tiempos neoliberales.

El pestillo, la carretera insoportablemente recta, la manija, jala de ella. Así me digo lunes con lunes en la mañana temprana.
Ahora es noche y descubro el silencio sin elocuencia, regodeo de los demonios que conozco desde niño, cuando cierran la puerta para el privilegio del amo, yo, proclaman, y los trescientos metros cuadrados son cárcel donde certificar la nada escarbada por el filósofo a quien rindo culto(1).

Así inicia una viñeta sobre mi estancia en la fábrica-pueblo. De poco antes escribí:

“Tenía veinte años y jamás permitiré que digan que es la edad más hermosa”(2), leo y levanto la cabeza golpeado por esa primera frase a la entrada de un libro. Apenas cumplí los diecisiete, el mundo giró ciento ochenta grados desde cuando a los dieciséis encontré por primera vez el gigantesco jardín donde ahora mi mirada se pierde. Un nuevo salto en la nada, pienso sin pensar, como siempre, aferrado a una especie de presente perfecto cuyo absurdo descubre la frase?

Jean-Michel Basquiat

Entonces Ana llega para salvarme y damos aquél paseo. En 1968, antes de instalarme en París, donde Ibn Simbad, hice el paseo turístico acostumbrado por entonces: siete o más países durante veintiún días. 
El vuelo trasantlántico dura doce horas, que son niñerías comparadas con las semanas habituales todavía hasta avanzado un siglo XIX cuyos océanos seguían atravesados por fantásticas figuras estilo Kraken. 

¿Cursando a la inversa, también para mí hay monstruos ocultos? Hacemos alto en Amsterdam, donde el
jet se vuelve modesto avión arrostrando los mares del norte. Eso me alivia, pues pequeño tomaba guajoloteros voladores que entre al menos tres despegues y aterrizajes parecían precipitarse a tierra con cada bolsa de aire. ¿O temo llegar adonde nos envían, no importa en qué sitio, pues cualquiera sabrá aterrarme?
Resulta Malmoe, puerto sueco, de noche. Otra vez las luces sobrecogen, ahora suaves, frías, melancólicas. ¿Y esa estrecha habitación esparciendo aromas por completo nuevos para mí, como el papel estampado que cubre las paredes o la muchacha camarista, alta, delgada, de piel cuyo alabastro reivindica a los insulsos tonos blancos? ¿O el ambiente sonoro, silencio milenario trasegado, se diría?
Los sentidos y la mente son perezosos y tardan en descubrir naturalezas y humanidades distinta a las propias, afirmo hace décadas, cuando con Juan emprendía aventuras cósmicas a veinte horas o veinte minutos de casa, por todo tan desconocido.
Ese Atlántico donde Colón y continuadores suyos creyeron hallar sirenas y ecos de Amazonas y del mismísimo Edén perdido, para mí se reduce a una más o menos breve mancha azul y así paso a otro auténtico mundo sin al menos un Mar de los Sargazos que parte la tierra dos: allá frío calando los huesos y acá "aires tan dulces como Sevilla en abril". Tampoco tengo tiempo para observar el asombroso girar del cielo con que las constelaciones intercambian puestos. 
Ellos arribarían conquistadores y yo soy un conquistado a quien solo respetarán por los dólares hechos cheques de viajero
No hay destino para mi aventura ni llevó direcciones que sirvan de guía o cobijo. Proporcionadas por padres, hermanos mayores, contertulios en el falso barrio bohemio, Ana misma, fueron a dar a un basurero del aeropuerto intermedio. Lo hice imitando al otro joven cuyo relato acompañó la estancia en la fábrica-pueblo. Adolescente, su familia le enviaba a Londres para continuar sus estudios.
-No habrá tales -se dijo complacido al ver cómo los trozos de la libreta donde quedaron anotados volaban al viento desde el tren.
Si bien él era angloparlante y yo del inglés, idioma universal, mascullaba unas cuantas palabras, orgulloso por no asistir más a clases tras tres peleas con una maestra que creía hacer el favor a los alumnos en una prestigiosa escuela de idiomas.
-Total, hay muchos finos sastres a quienes entregarles las colegiaturas a cambio de camisas y pantalones -dijo mi yo pícaro, que cohabitada con el Idiota, personalidad en la cual me reconocería.
Mero, nombraré a ese segundo J que también ahora aparece. Vuelvo a presentárselos:           
...nombre que deriva de Merolico, como se llamaba a quienes en los parques y por momentos apelando al humor vendían remedios de dudoso efecto.
Las primeras funciones las di apenas niño...
Hoy apelaba a él para aligerar una empresa de otra manera insoportable, gracias sobre todo al don que tenía para atraer personajes nocturnos en desgracia o desesperados turistas extranjeros y locales:       
-Disculpe, ¿cómo llegó a X lado? -preguntaban.
-No sé pero espere, encontraremos la forma -respondía a lo dios dio a entender.
Era un oficio agotante a ratos y en el Metro de Estocolmo a señas me declaré sordomudo.
¿Juego, pues? No. Tampoco lo hice en esas estancias anteriores del largo viaje. Sobreviviré, tengo claro, y así o asá será para bien. La angustia, desde luego, continuará cavándome, y simultáneamente, confío, alimentaré al yo pícaro que anda con ella. 
El miedo a Ana, a nuestra correspondencia, viene de allí. Ama a su Perseguidor y sin quererlo le dará alas, odiando mis frivolidades, necesarias para conservar cierta cordura.
En cualquier caso la otredad se ceba en el joven colonizado, que debe ganarse interiormente el derecho a opinar y carece de mínimas coordenadas.
-Son culturas superiores, ríndeles reverencia o usa tu provincianismo para ocultártelo -me digo a solas, esquivando al grupo acostumbrado entre el que voy para abaratar costos. Lo componemos cinco, número atípico, ridículo, por pequeño. -Menudas tonterías. ¿Describir sus enredos? Importan un pito, aunque con la pareja apenas madura puedo trabar amistad. 
Lo intento, ambos dudan en seguirme adonde desearían si fuera el caso. Pero vinieron a divertirse, término exacto, acumulando estampas que intercambiarán con los amigos. 
-Punto y fuera -concluyo sin petulancia, pues quien está fuera de lugar soy yo.
Un año o dos, propone papá. No pareciera capaz de permitirse lujos como este e inició cierto ascenso social a contracorriente, si se consideran los esfuerzos que hace mamá, creo y me equivoco, pues no hay incompatibilidad en ello.
-Te desvías, J -pienso. -Mira alrededor, empavorece. Qué hermoso muelle, los buques, ¡las barcas coloridas! Venir como marino, eso sería grande. ¿Yo, el buscador del país natal, sin raíces?
-¿Te gusta? -pregunta un hombre en traje de paisano.
Intercambiamos las obligadas y me atrevo:
-Es una ciudad muy poco expresiva.
-Porque vienes de donde vienes. Ninguna otra aquí se le compara en calidez.
Da tips a la vista y no entiendo.
-El Ártico está al otro costado. No hay nada más al sur en Escandinavia. La gente parece uniforme y no lo es. Los mares del norte circulan entre ambos extremos y Europa continental casi se tienta. No componemos por completo una mezcla pero la variedad abunda.
-¿Sí?
-Lo notarás cuando subas.
Sirve en navíos hace mucho y conoce incluso parte de mis costas.
Sino marchara mañana me pegaría a él y deja una lección cuyas enseñanzas no podré emplear porque no toparé otro puerto. 
                      
SIGUE
F:jJf- 

 El once ideal

Este Un largo viaje quiere ser ahora cuaderno y no más blog donde apuntar. Si lo consigue -como si necesitara gran cosa para lograrlo, jeje...